miércoles, 22 de agosto de 2007

Don Virginio Lecica

Logroño, enero o febrero de 1965. A mediodía, nublado y frío. Hay que ponerse la bufanda en la boca para cruzar por la Glorieta y pasar por delante de los maones de la puerta principal del Instituto. Con los guantes grises de lana, y en la mano derecha el estuche con el violín tres cuartos. Ya podía pasar alguien más por ahí con un violín, como yo. En el bolsillo, el papelito que me dio ayer en el patio del colegio el hermano Ardanaz. A ver otra vez, Don Virginio Lecica, calle del Cristo, 3 (en la numeración de la Guía de Juan), 4º. ─Será tu nuevo profesor, él es un buen violinista y conmigo no podrías progresar más. Le tienes que llamar Don Virginio, ya es un señor mayor. Don Virginio, qué raro suena. Menos mal que es cerca. ¿Tendré que tocar alguna de las piezas que me marcó el hermano Luis en el cuaderno para el verano? Horror y pavor. Por aquí vive Eliseo. Número 3. Bueno, desde casa se llega enseguida ...

Se estaba caliente, en la mesita redonda de faldas al lado de las puertas cerradas de la galería, con el brasero encendido; qué gracioso habla la mujer de Don Virginio (mi madre se ha acordado de su nombre: la señora Dionisia Nájera), siempre con dichos y refranes, se me parece a la abuela Clemen. Que si conocía a su hijo, Lecica, flauta de la Banda Municipal. ─Pues la próxima vez que veas a la Banda, te fijas en él. Qué pelo más blanco tiene Don Virginio, y qué cara más simpática; me gustará mucho venir a su casa, con tal que no me haga llorar mucho. No había visto nunca a un señor de esa edad con traje y pajarita. Tiene el hombro izquierdo de la chaqueta brillante, seguro que del roce con el violín; claro, en vez de almohadilla se pone un cojincito por debajo de la chaqueta. Y qué violín más bonito tiene, tan oscuro, si casi es de color negro; dice que se lo compró a un ¿zíngaro? de esos que pasan a veces por Logroño con su carro; y qué bien lo toca; la segunda vez que me ha hecho llorar hoy ha sido cuando, después de hacerme afinar y tocar la escala de Sol, él ha tocado ¿cómo ha dicho? ¿las Zardas de Monti? ...

─Compaginaremos los libros de solfeo del Progreso Musical con el Método de Eslava: Escucha qué estudio más bonito: Do-Mi, Do-Mi, Sol, do, Si-La, Sol-Fa, Mi, Do; Mi-Sol, Mi-Sol, do, mi, re-do, Si-La, Sol ... (desde luego, mucho más bonito que el do, Si, do, Si, do, re, si; do, mi, re, do, Si La, Sol ... aquel del Solfeo de los Solfeos cuando el hermano Ardanaz me dijo: ─Tú tienes que tocar el violín); pero ya llegaremos, y además aprenderás a cantarlo tan rápido como yo. La Teoría de La Música de Danhauser: ─Iremos lección por lección; cada día una, si es corta (las cuartas y quintas "justas, o de Don Virginio", desde entonces); y me las tienes que recitar de memoria. Es más claro que los folletos de teoría de los libros oficiales. El Método de Violín de Alard: ─Tiene unos estudios preciosos; cada año hay que hacer un curso; te he encargado este ejemplar encuadernado en Erviti; éste me lo tienes que pagar, porque te lo quedarás para tí; los otros libros te los dejo, ya me los devolverás en su día (siento comunicar tan tarde, Don Virginio, que su Eslava lo dejé en Madrid en 1978 en mejores manos que las mías; pero su Danhauser aún lo tengo en casa al lado del Alard de pastas rojas; yo prefería tocar usando el Alard de su casa, de pastas moradas o verdes, ya no sé bien; los colores se me mezclan en el recuerdo); y, para cuando vayamos adelantando, además de ese libro de violín y piano del señor Don Luis Ardanaz tengo estos dos libros de partituras de óperas y zarzuelas que tocaremos aquí juntos; del primero la que más me gusta a mí es Norma; el segundo ya tiene obras muy difíciles, como la obertura de Guillermo Tell, el de la manzana, sí, ése. Pero eso todavía son palabras mayores. Algún día, cuando hayas crecido, podrás ir conmigo a tocar juntos al Teatro Bretón cuando vengan las compañías de zarzuela ...

Pasé tres años yendo a clase particular con Don Virginio. Conservo de él más recuerdos musicales, que afloran cuando por ejemplo repaso el Alard, que personales. Creo que en alguno de esos años alcanzó la jubilación de su trabajo en el Banco de Bilbao. Primero me presentó a exámenes libres, en el Conservatorio Provincial de Música, de los primeros cursos de Solfeo y Violín; después hizo que me matriculara oficial, pero seguía dando clase con él. De su mano me llegó, a los once o doce años, el primer violín grande que tuve, un Clotelle que ya no conservo (en Madrid donde Solar, vi en 1978 una viola Clotelle que me pareció una bella copia aumentada de aquel violín). Con el Alard, él con su violín negro tocando las segundas voces, me llevó hasta el Estudio para el Arpegio de cuatro cuerdas (en el Conservatorio tardé mucho en llegar ahí; me parece ahora que el hombre quería darse prisa); tocamos muchas veces juntos, en su casa, aquellas oberturas de Norma y del Guillermo Tell; también estudios de Fiorillo y Rode; a él le gustaba mucho el número 11 de Fiorillo; muchos días estaba tocándolo cuando me recibía; ahora es a mí al que le gusta tocarlo en casa, al final de alguna sesión de estudio, con la mano izquierda caliente; y siempre va por su recuerdo; se me presenta entonces en la memoria su figura justa, antigua y noble. Nunca he sido capaz de reproducir la gracia y la finura con la que tocaba los semitrinos de los primeros compases, ni todo lo demás. Quisiera llegar a la edad que él tendría entonces y poder hacerlo tan bien como él.

Me fui de Logroño para hacer 5º de Bachillerato, y ya no volví a ver a Don Virginio. Bastantes años más tarde, acompañado de Merche y con nuestros hijos pequeños, veía a su esposa, ya muy viejecita, asomada a su galería de Portales cada 5 de enero para ver pasar a la Banda que acompañaba a la cabalgata de Reyes y recibir un mágico saludo de su hijo, que bajo la casa de la madre se quitaba un momento la flauta de la boca y le mandaba hacia arriba, sonriente, un beso cariñoso. Yo les decía entonces a Merche, a Manuel y a Blanca: Mirad, son la mujer y el hijo de Don Virginio Lecica, que fue mi (querido; esta palabra no la podía pronunciar sin emocionarme, y no la pronunciaba) primer (no se me disguste, hermano Luis) profesor de violín.


5 comentarios:

Disidente dijo...

Me he emocionado al leerlo. Sentido homenaje a Don Virginio, hombre con nombre al que no conocíamos y que desde ahora no olvidaremos.

juan diez del corral dijo...

Carambola la bola. Esto sí que es grande: te sugerimos que hicieras comentarios a los conciertos, y a la que nos dorminos en los laureles con la primera crónica, vas y nos resucitas a un músico logroñés (la escritura obra tantos milagros como la música) con una narración fresca y magnífica.
Espero que en otro post nos cuentes quién te enseñó a escribir con ese salero.

Teresa dijo...

¡Qué preciosidad de post! He leído tus dos primeras entradas de golpe o, mejor dicho, me he deleitado con ellas. Me han entrado ganas de haber asistido a un concierto, he escuchado en la página de la Comunidad judía de Rodas las dos canciones disponibles, si pudiera, me pondría a estudiar violín con Don Virginio, así que... no he podido evitar dar al botón de "Publicar un comentario". Referencias, crítica, historia, y ¡magnífica escritura! Todo en uno. Desde luego... un gustazo. Me has encandilado, sinceramente. Muchísimos ánimos para seguir con el blog.

Unknown dijo...

Me ha sorprendido muchísimo leer su relato. Estaba buscando el apellido Lecica en google a ver que salía y lo encontré. Soy la bisnieta de Virginio Lecica y de Dionisia Nájera, nieta de Antonio Lecica e hija de su hija Anabel. Me encantaría poder ponerme en contacto con usted. Y sin duda, me ha encantado leer el relato.

Emilio Fernández dijo...

Sara, la sorpresa ahora ha sido mía, ya que hacía meses que no había mirado el blog. Tienes mi dirección de email en el perfil, y quedo a tu disposición. Tengo que devolverte el Danhauser que me prestó tu bisabuelo.
Feliz año.